jueves, 26 de noviembre de 2009

FUERTEVENTURA EN MOTO



Fuerteventura. Isla de tierras doradas y rojas, de mar azul y turquesa, de sol y desierto, de piedras y montañas sagradas, de molinos de viento, y leyendas, isla de soledad y destierros.
Con esta pequeña descripción, y teniendo en cuenta nuestra cercanía, decidimos salir a recorrer esta exótica isla.
Nos acompañaba un día espléndido, una suave brisa, un sol brillante pero no excesivamente acuciante y muchísimas ganas de hacer kilómetros en nuestras monturas motorizadas. Para la ocasión, “la niña GS 500” y “CB 600F Hornet”.
No fue difícil llevarla en el barco que nos pondría en la población de Corralero, al norte de la Isla en tan solo 25 minutos desde el sur de Lanzarote. Solo destacar, y para conocimiento de aquéllos que nunca hayan transportado su amada moto en barco, que no dejéis nunca de mirar, dirigir e incluso atar vosotros mismos la máquina. Esta es una operación habitual, pero que nunca los operarios de la bodega del barco harán bien y con el cuidado que debieran. Sin más preocupación pasaran una cuerda o cinta con la que deben sujetar la moto por cualquier sitio, sin tener en cuenta que la pintura se raya, el asiento se rompe o atar cosas a partes móviles no sujetará la moto como es debido. Así que, gracias a la experiencia, dirigimos la operación indicando donde y como deben asegurar la moto en la cubierta. Y repito jamás dejéis esa operación tan solo a cargo del currante, porque en su mayoría no tendrán motos y no les duele verla sufrir.

Las expectativas son buenas. En seguida llegamos a Fuerteventura. Nos equipamos, ya sabéis, siguiendo el orden establecido y con paciencia para no penalizar en tiempo por una equivocación: casco, chaqueta, guantes, etc etc etc etc….. joder que calor hace con la chaqueta. Ah, no pasa nada una vez en marcha se siente fresquito.
Decidimos pasar de la costa. El mar lo tenemos muy visto. Así que enfilamos la carretera del interior de la isla. La niña GS 500 delante, abriendo camino la más novata.
Pronto nos dejamos conducir por las características carreteras de la zona. Largas rectas, con escasas zonas de curvas, algunos cambios de rasantes, escasa circulación y extensas llanuras nos acompañaran durante todo el viaje. Sin olvidar las numerosas cabras que en mayores o menores rebaños te puedes ir cruzando a lo largo del camino. Cuidado con la moto no se os cruce alguna despistada a vuestro paso, cosa que ocurre a menudo.

Busco mentalmente una palabra o frase para definir lo que estoy viendo, para describir en pocas palabras Fuerteventura mientras sigo fielmente el recorrido que mi compañera de viajes va trazando. DESIERTO EN MEDIO DEL OCÉANO, es lo mejor que se me ocurre. Como colofón a este pensamiento, pasamos por el pequeño pueblo (en realidad casi todos son pequeños), de Villaverde. Sin duda y en contraposición a tal nombre, de verde hay poco, pero eso no le quita belleza. Siempre oía decir eso de que el desierto hipnotiza, que una vez que has estado, siempre vuelves, porque algo de ti queda siempre en él. Eso mismo pasa en Fuerteventura.
Hacemos nuestra primera parada en el pueblo de La Oliva, antigua capital de la isla. No hemos hecho muchos kilómetros, pero merece la pena una parada para ver su iglesia con una extensa plaza soleada y como no, la famosa en el lugar Casa de los Coroneles, una reconstruída casona donde se alojaba la cúpula militar de siglos atrás. Sin duda te transporta al pasado.
Rato después volvemos a la realidad. Nos aprovisionamos de agua y con muchas ganas seguimos rumbo sur, desviándonos un tanto hacia Puerto del Rosario para tomar ya la carretera principal puesto que ya se nos hacia tarde. Sin pena ni gloria, recorremos la FV-10 y la FV-2, esta vez, ya costeando hasta que llegamos a nuestro ansiado hotel. Bueno, más bien a nuestro hotel en Costa Calma, al sur de la isla ya en la Península de Jandia, donde nos espera nuestra ansiada comida, pues ya pasan las tres de la tarde y nuestros estómagos hace rato que se quejan.
Podría hablar de las magnificas playas que disfrutamos y las comilonas del “Todo Incluído” en el hotel, pero no viene al caso. JEJEJE
Al día siguiente, salimos por la tarde. Buscamos las carreteras secundarias. Y descubrimos rincones que nos dejaban maravillados. Pequeños villorrios, con nombres tan curiosos como Tesejerague, La Florida, Tefía, Tirba, en medio de llanuras rojizas y pedregales ocres, de los que sobresalían palmeras o molinos de viento para bombear agua que, con poco margen a la imaginación, nos transportaba a lugares lejanos. Si alguna vez vais a Fuerteventura, no dejéis de visitarlos. Pero sin prisas. Sin otras pretensiones que pararos a oír… el silencio, la tranquilidad y el viento. NO hay que pensar, no hay que opinar, solo dejar que ese mundo diferente se introduzca en uno.
Decidimos volver por la zona oeste de la isla, y así pillar algo de montañitas (digo montañitas porque la altitud máxima de la isla no es que sea muy máxima) y así disfrutar de algunas curvas. No obstante mi chica tenía que empezar a practicar ese tipo de carreteras. Estuvo muy bien. Y la vista era impresionante. Se podía ver toda la costa Oeste de la península de Jandía, las playas de Cofete (bastante vírgenes y solitarias) mientras bajábamos por la montaña dirección sur. Lástima no haber encontrado un lugar idóneo para parar y hacer unas fotos.
No tuvimos incidencias con las motos, y eso que andábamos probando la reciente adquisición de la GS500. Esa era su primera prueba de fuego. Si duda respondió muy bien a las exigencias.
Al día siguiente repetimos. Recorrimos otra vez algunos de los poblados por los que ya pasamos, pero es que algo dentro de nosotros nos empujaba a repetir camino. Es una pena que las fotos no hagan justicia a esos pequeños lugares. Hay que estar allí, para sentirlos, olerlos, vivirlos.
Tras recorrer rectas y más llanuras, llegamos a Tefía, donde puedes dejarte llevar nuevamente al pasado si recorres sus pocas calles, observas sus características casas y, por supuesto no dejes de visitar su museo etnográfico (cosa que nosotros dejamos para próxima ocasión)

Decidimos al poco, y ya con hambre seguir una carretera que nos llevaba a un lugar llamado barranco de los molinos (ni idea el porqué). Seguimos más llanuras desérticas, y jable, para casi al final de la carretera introducirnos , tras un par de curvas peligrosas, en el barranco en si, el cual, para nuestra sorpresa desembocaba en un pequeñísimo pueblo con unas pocas casas viejas de pescadores y una playa de dorada arena. “Joder, esto está fuera de cualquier ruta turística”. Allí vimos a un pequeño grupo de moteros con sus customs, comiendo en el único bar existente. “es que llegamos a todas partes eh!!!”.
Mi última reflexión. Fue genial recorrer la isla en moto, pero a cada poco, nos topábamos con caminos de tierra, que me dejaban con la extraña sensación de algo inacabado y fue entonces cuando eché de menos tener una moto tipo trail. Que ganas me quedaron de poder meterme por esos caminos e ir descubriendo rincones que , de seguro nos hemos perdido en este viaje.

Septiembre’08

MI COMIENZO EN EL KAYAK



Un día fui a Asturias. Joven y atrevido como era, junto a mi hermano salimos sin rumbo ni paradero fijo. Parándonos donde no gustara. Durmiendo donde nos cogiera la noche y comiendo cuando teníamos hambre.
Pasamos por el río Sella y un grupo de kayaks autovaciables bajaba por uno de sus recodos. ¿qué es eso?, tío yo quiero probar, le dije y momentos más tarde estábamos buscando una empresa que por unas pocas pesetas nos alquilaban el kayak para hacer el descenso después de un par de nociones básicas.

Asi fue mi comienzo. A partir de entonces el kayak y su mundo me fue atrayendo poco a poco y cada vez más. Con los años disfrutaría de mi autovaciable y ahora desde hace poco di el paso al kayak de mar y travesía, con el cual tengo pensado realizar mis pequeñas hazañas. Hasta ahora rutas de 15 o 20 kilómetros y en aumento. Disfruto en el mar como nunca creí que lo haría.

PERDIDOS EN LA EDAD MEDIA (Camino del Cid)



Me quedo atrapado en el tiempo incierto de quien nunca me espera. La idea lleva mucho tiempo en la cabeza, solo faltaba darle forma lo que he venido haciendo desde hace un par de meses con multitud de cambios y variantes.
Por fin elegimos ruta y allá vamos sin mirar atrás.

No sabemos lo que nos espera, ni cuantos días estaremos por ahí, ni donde llegaremos, pero no importa. Lo que importa es lo que pasaremos en el camino.

La tarde del día 14 de junio de 2009, mientras nos íbamos acercando en coche (cargado con nuestras bicis y nuestras alforjas) hacia la ciudad de Burgos, podíamos ver como se iba formando una tormenta a nuestro alrededor. Cada vez más rayos…cada vez más truenos. Tantos que no pasaba ni un minuto entre uno y otro. A cada kilómetro que avanzábamos nos íbamos convenciendo más y más de que la tormenta no iba a dejarnos empezar la ruta. No temíamos la lluvia, no temíamos el viento, pero los rayos… subidos en una estructura enteramente de metal… ya no nos hacían tanta gracia… Solo podíamos “rezar” para que la tormenta solo durara esa noche.

Una vez en Burgos nos cayó un buen chaparrón, pero ya estábamos instalándonos en el hotel desde donde partiríamos por fin en nuestras bicis hacia una ruta totalmente desconocida.

Amaneció. Me encontraba fuerte, animado, nervioso, y ansioso por empezar a pedalear. La idea era salir temprano, pero las gestiones que teníamos que hacer antes de comenzar el viaje nos retrasó hasta las 11 de la mañana de un día nublado.

Al fin, cargadas las alforjas sobre las bicis, tras un pequeño desayuno y con las calles empapadas, comenzamos a rodar. La temperatura era buena. Ya no llovía y se podría respirar un aire fresco que nos infundía ánimos. Rodamos al principio suave. Para ir calentando, por un carril bici para pronto dejar la ciudad de Burgos por un camino comarcal que un poco más adelante y tras cruzar la autopista nos adentraría por fin (no sabíamos lo que nos esperaba poco más allá) en un camino de tierra donde comenzaban los mojones identificativos del Camino del Cid.

Rodábamos bien, sobre caminos de tierra bien compactada, esquivando charcos de vez en cuando, y sin problemas de orientación pues el camisno estaba bien marcado.

La primera sorpresa del día, a tan solo 5 kilómetros de nuestro comienzo, miro hacia lo alto de una colina a mi derecha. ¿Es eso un corzo?, me pregunté. Estaba a unos 200 metros pero muy quieto y a contraluz. No se movía y tras unos segundos mirando empecé a creer que se trataba de algo hecho por alguien con maderas y tablones para imitar su figura. Pero de repente movió la cabeza. Sí, era un corzo. Los había visto en medio de los bosques durante rutas de senderismo pero jamás en una zona despejada de árboles, y a tan solo 5 kilómetros de una capital. Lástima que no llegué a tiempo de fotografiarlo. En cuanto vio mi movimiento para recoger la cámara salió corriendo perdiéndolo de vista tan solo segundos después. El viaje cada vez se presentaba más interesante.

Seguimos rodando. Nos habíamos librado de la tormenta y la lluvia…. Pero no nos imaginábamos que no nos íbamos a librar de sus consecuencias. Poco a poco, aunque el paisaje era hermoso y el día fresco, el terreno del camino se iba haciendo más y más arcilloso. Pronto empezamos a sufrir el barro que se iba pegando, primero a las ruedas, luego al cuadro, a los frenos, a los cambios a la cadena… casi sin darnos cuenta ya no podíamos avanzar.
Conocimos el barro blanco, el rojo, el marrón, a cada cual peor para nuestro avance. Era horrible, se pegaba cono nunca vi que se pegara el barro a nada. Se acumulaba de tal manera y con tanta facilidad que teníamos que parar cada cinco o diez minutos a quitarlo. Al principio nos reíamos de la situación. Poco después ya llenos de barro, pasamos de las risas a la desesperación. Teníamos que usar las herramientas para desatascar los cambios, los frenos, e incluso las manos para poder sacar el máximo de barro de los rincones de la bicicleta. Para recorrer menos de 20 kilómetros tardamos más de tres horas. Las bicis pasaron pronto de estar bien reguladas y engrasadas a ser una masa informe de barro, sin engrase y duras de llevar cargadas con el peso de las alforjas. Al fin dejamos el barro y el camino empezó a mejorar… habíamos pagado el precio de la tormenta de la noche anterior y respiramos aliviados. Por poco tiempo. Poco después perdimos la orientación y erramos el camino. Gracias a que pronto llegamos a ver desde lo alto de una colina dos pueblos (a los que no debíamos ir) con lo que nos orientamos nuevamente, teniendo volver atrás tan solo un kilómetro para reanudar nuestra ruta en al camino correcto.

Íbamos bien, pero esta primera etapa nos cansó más de lo previsto. Llegamos a Revilla del Campo. Un pequeño pueblo donde el único servicio era un barcillo que llevaba una mujer muy amable que se nos ofreció para servirnos alguna comida por un precio adecuado. Sin embargo justo a la entrada del pueblo sobrevino mi primer pinchazo. Decidimos parar a descansar pero solo comer algo de fruta y frutos secos mientras arreglábamos la rueda. No comer más y mejor nos pasaría factura más adelante.
Repusimos algo de fuerzas, y decidimos seguir.
Para que no se diga que los contratiempos venían solos, el día nublado había desaparecido trasmutándose en un día con cielo despejado, y un sol de justicia dando sobre nuestras cabezas… y nuestros brazos…y nuestras piernas… y lo peor de todo…sobre nuestras botellas de agua.

Sin embargo estábamos disfrutando de la ruta todo lo que podíamos. Seguimos.
El calor apretaba cada vez más y las horas pasaban. Empezamos pronto a resentirnos del esfuerzo de la primera parte del viaje y como era de esperar según la “Ley de Murphy”, volví a pinchar, esta vez la rueda delantera. Parada en el siguiente pueblecito, reparación del pinchazo, única tienda cerrada… así que nos terminamos la fruta y algo de chocolate que llevábamos. El alivio fue encontrar una fuente de agua muy fresca con la que pudimos quitar algo el barro de las bicis y reponer nuestros botellines. Fue un verdadero reconstituyente. Apenas veíamos gente en los pueblos por los que pasábamos y la soledad del camino se hacia evidente, pues nunca nos cruzábamos con nadie, tan solo un ciclista a la salida de Burgos que no volvimos a ver.

Es tontería describir la paz de aquéllos prados verdes, de aquellos ríos de aguas transparentes o del aullar de la brisa en la copas de los árboles, pues para nada podría reproducir la sensación que producen.
Volvimos a perder la orientación en el penúltimo pueblo antes de terminar nuestra primera etapa. Asi que preguntando salimos a la carretera nacional (no se lo recomiendo a nadie, demasiado peligroso) y rodamos por ella hacia nuestro próximo destino. Lo malo es que eso nos haría recorrer seis kilómetros más, cuando ya nuestras fuerzas estaban muy mermadas. Para colmo de males… un pinchazo en plena carretera a 4 kilómetros del destino. Salir de la carretera y reparación del pinchazo ya con muy pocas ganas, cuando ya eran las ocho y media de la tarde. Mientras reparábamos el pinchazo de mi compañero de viaje. Llegamos a Salas de los Infantes, a las nueve de la noche. Contentos pero extenuados. Buscamos alojamiento. Pero aun faltaba lo peor. Aquí pagaría no haber comido en condiciones cuando pudimos hacerlo. Antes de llegar a donde dormiríamos, sufrí lo que suelen llamar un bajón de azúcar o una pájara o como quieran llamarlo. No aconsejo que nadie pase por eso. Primero mareos, seguidos de cosquilleos en manos y cara. Pérdida de fuerzas y coordinación, y agarrotamiento de los músculos en manos, y abdomen… mi compañero a punto de llamar a una ambulancia mientras me buscaba algo con azúcar y de repente….súper vomitona… gracias a que con un refresco azucarado, algún pastelillo y procurando mantener la serenidad me fui recuperando antes de llegar a nada peor. Esa noche comí a penas a la fuerza para reponer aunque casi no podía retener nada. Agradecer a la chica del bar/hostal donde dormimos que se portó muy bien con nosotros, subiéndonos la cena a la habitación para cuando me repusiera. A media noche comida del plato combinado ya frío.
Recuento: tres pinchazos, barro por todas partes, y 72 kilómetros recorridos.

A la mañana siguiente y con un buen desayuno, nos sentíamos completamente repuestos y con la lección bien aprendida. Hay que comer en condiciones. Porque el esfuerzo puede ser mayor de lo esperado.

Nos hicimos con provisiones. Un señor muy amable nos dejó una bomba de las buenas para hinchar bien nuestras malogradas ruedas. Otro se paró a a hablar con nosotros y nos dijo más o menos como estaba el camino en cada etapa al salir de Salas de los Infantes…. Y en una tienda de bicis nos cobraron 4 euros por cada cámara nueva (se colaron)… pero como dice la “Ley de Murphy” antes nombrada, aunque compramos más cámara para prevenir tanto pinchazo…ya no volveríamos a pinchar en toda la ruta ni una sola vez.
El tiempo estaba soleado. Pero se nos acercó un hombre mayor y sin más nos suelta “os vais a mojar”. Yo incrédulo de mi…. Le contesté sarcástico “¿usted cree?, espero que no”… que estúpido fui. Mi compi dijo, cuando un hombre de estos te dice que va a llover es por algo.
Repusimos provisiones, y a rodar. Decidimos hacer los primeros tramos por carretera. No era muy transitada, pero la pasada de camino es de grandes dimensiones hacia la carretera muy peligrosa sin que ello mermara el hermoso paisaje. Me vuelvo a reiterar, no se lo aconsejo a nadie. Pasamos el alto de La Gallega, un puerto de 1112 metros y de ahí, poco después descanso, algo de fruta y…. lo que dijo el viejillo… lluvia. La próxima vez me morderé la lengua.

Gracias a que la lluvia no fue muy fuerte no llegamos a mojarnos demasiado, llegando sin problemas a San Leonardo de Yagüe. Aquí comimos un buen menú tranquilamente. Mientras recurrimos a nuestro “comodín” en casa para que nos buscara alojamiento en el camping del cañón del Río Lobos y alguna que otra gestión administrativa. Mi más sincero agradecimiento a su desinteresado apoyo logístico.
El Cañón del Río Lobos. Sin duda iba a ser nuestra etapa reina por su belleza y su agradable recorrido. Solo puedo decir que disfrutamos como enanos bajando por este enclave. Vadeando sin problema alguno el río de un lado a otro (apenas un par de cuartas en las zonas más profundas por lo que no era mayor problema). Sus enormes paredes agujereadas por infinidad de cuevas y simas, pequeños llanos donde pararse a descansar, los buitres sobrevolando, y el silencio nos hace pensar en otros mundos dentro del nuestro propio. Su perfil de bajada por pequeñas sendas hacia este descenso lento pero muy divertido. Al final, por fin a la salida del Cañón, llegamos al camping donde pasaríamos la noche.
Llegamos temprano así que montamos la tienda, nos aseamos, y lo mejor de todo fue el café (no se si sería bueno pero a mi me supo a gloria) que nos tomamos en la terracita del bar del camping. Estuvimos allí sentados, con buena temperatura charlando de nuestras impresiones, sin prisas, sin nada que hacer excepto reponer fuerzas y disfrutar de la belleza del lugar.
Contratiempo en el camping…. Pues…. Los mosquitos. Sin duda debían de estar hambrientos y eran decenas y decenas de ellos. Solo pudimos usar crema de protección solar para intentar repelerlos, cosa que no se si funcionó demasiado bien. A la mañana siguiente apareceríamos acribillados de picaduras. Yo conté mas de 15 en todo mi cuerpo.
La noche también nos depararía una buena sorpresa. Ya metidos en la tienda empezó a tronar y continuos destellos de los rayos alumbraban la tienda de campaña como si del flash de una cámara de fotos se tratara. El ruido de los truenos encima debía sonar aumentado puesto que el camping se encuentra metido aun en el cañón y era impresionante oír aquel ensordecedor ruido que duraba hasta 20 segundos seguidos. Llovía tan fuerte que parecía que tiraría la tienda abajo. Volvimos a “rezar” para que al menos no se levantara viento (ahí tuvimos suerte). Poco después cuando casi quedábamos dormidos acompañados de la fuerte lluvia…. Notamos que una parte de la tienda calaba. Joder….para que alguien nos niegue después que esto no ha sido una aventura de las buenas…
Todo solucionado cuando mi compi casi desnudo para que no se le mojara la ropa, salió y cubrió la “gotera” con el poncho impermeable que llevaba. Una pena no haber hecho foto de esto…hubiese sido lo mejor jajaja.
Pese a la tormenta y a las miríadas de mosquitos, no podemos decir que durmiéramos mal. Despertamos animados, con un buen día, otra vez soleado, y tras un café con magdalenas y recogida del campamento, volvimos a sentarnos sobre nuestras máquinas y a seguir pedaleando.

El tramo que nos esperaba hoy iba a ser el más corto y más fácil. Casi sin subidas y caminos en buen estado. Pasamos por el pueblo de Ucero. Hay dos formas de atravesarlo. Por carretera y pasándole río por un puente o cruzando unos 130 metros por una antigua galería romana… recomiendo esta última, la experiencia es muy interesante así como ver una estructura de este tipo que tiene más de mil años y sentirte parte de la historia, cosa que dicho sea de paso, en esta ruta nunca te perderás y que notaríamos con más intensidad a la llegada de nuestro nuevo destino el Burgo de Osma.

Buenas pistas de caminos rurales, por entre plácidos cultivos y pequeños bosquecillos, casi todo el rato paralelo al río Ucero, hicieron de esta etapa un agradable paseo aptos para cualquier nivel de entrenamiento e incluso para familias que deseen pasear en bici, no por ello menos bello que el resto de etapas. Tan solo 18 kilómetros después y tras para un rato para hacer fotos en el pueblo de Sotos del Burgo donde puedes ver en todas sus dimensiones las antiguas construcciones de la zona, llegamos al Burgo de Osma. Hermosísima ciudad. Recorrimos su casco viejo con tranquilidad. Hicimos algunas fotos…y decidimos nuestro próximo paso mientras nos comíamos unos bocatas.

En este punto decidimos adelantar nuestra ruta, puesto que el tiempo nos acuciaba, y las fuerzas de mi compi estaban mermadas. Así, decidimos ir directamente a la Sierra de Albarracín y hacernos la segunda etapa reina del tramo que teníamos planeado.
Traslado en coche a Soria y posteriormente a Bronchales…
En Soria mi compi aprovecha para comprar un nuevo calzado, puesto que en la etapa anterior sus deportivas habían llegado al fin de su vida útil…y llevaba todo el día con cinta americana sujetando su suela. Igual se pone después de moda… jejeje

Cuarto día, y último de nuestro pequeño viaje en bici. En Bronchales, puertas de la sierra de Albarracín, nos cae un chaparrón antes de empezar a rodar. Pequeño debate de si salimos o no, pues amenazaba tormenta. Volvemos a apostar nuestra suerte y decidimos salir, eso si, descargando las alforjas que dejaremos en el coche y volveríamos después a por ellas en otro coche que habíamos dejado en Albarracín cuatro días atrás.
Nunca había estado en esta sierra y me encantó. Empezamos con grandes prados y ligeras pendientes arriba y abajo que llamaban a tenderse a descansar y escuchar el canto de los pájaros. Un esfuerzo y superamos la primera tentación.
Rodamos cómodos, hasta adentrarnos en un bosque. Poco después y aún dentro del bosque una dura cuesta nos hace bajar de la bicicleta y empujar. No llevábamos ya alforjas, pero se notaba el cansancio. Como en días anteriores, otra vez el calor aparece después de la lluvia, y el solo empieza otra vez a quemar nuestra piel. Hay varias rutas señalizadas para ir a un lado o a otro, pero nosotros nos mantenemos siempre siguiendo las marcas del GR-10 que cruza la península de este a oeste. Aprovechamos una buena bajada larga y reconfortante, para disfrutar ya sin carga de un poco de velocidad… de lo disfrutamos como niños con juguetes nuevos.
¡Por supuesto derrapando al final de la cuesta!
Tras otra dura y calurosa subida, nos desorientamos un poco, y perdemos un rato buscando que camino seguir… por fin nos arriesgamos con uno y acertamos. Pronto, tras pasar el pueblo de Monterde de Albarracín el camino se convertiría en una verdadera trialera en bajada, muy metida dentro del bosque, que casi tenemos que recorrer de pie sobre los pedales, pero que hacia incluso más interesante este tramo.
A la salida del bosque ya divisamos un par de kilómetros mas a bajo la carretera que nos llevaría hasta nuestro destino final. Albarracín. Estos dos último kilómetros son el colofón de una ruta muy divertida, una senda casi imperceptible en la ladera que seguimos teniendo que bajarnos de vez en cuando para no caer de la bici (alguien más experimentado hubiese hecho maravillas con su maquina por aquí, de eso seguro). Llegamos a la carretera y tras un breve paseo descubrimos el pueblo de Albarracín. Hermosísimo pueblo amurallado, metido en un cañón, en el que al adentrarse te sientes pasar sin darte cuenta… perdido en la edad media.

SI VOLVIERA A VIVIR OTRA VIDA


Si volviera a vivir otra vida
No me engaño, seguro caería
En los mismos errores pasados
En lo justo, en lo injusto,
En lo más ajado.

Si volviera a nacer, sin embargo,
No lo pienso más, no dejaría
de ver el mar un solo día,
de sentir el viento en mi cara,
de disfrutar los sabores de unos labios,
de tocar las cosas que antes temía.

Y de esta vida que decir pudiera,
antes no lo admitía,
pero he reconocerlo,
solo de una cosa me arrepiento,
de hacer daño a los que no lo merecían,
a aquellos que me quisieron,
a los que mi bien deseaban,
a los que quererme no supieron,
y a los que yo quería.

Si otra vida viviera,
antes de contar mil cuentos,
a escribirlos me detendría,
para que otros leyeran historias,
que mas que cuentos
son experiencia vividas.

Y tornaría mi gesto serio,
en gesto de alegría,
mis manos tímidas y retraídas,
en un corazón abierto,
mis dudas, en hechos,
y mis miedos, en mis osadías.

Y sin embargo no cambiaría,
lo mucho que amo, lo que amé,
lo que amaré y lo que amaría.
No haría trueques con mis decisiones,
Ni mis aventuras pasadas y corridas.

Y como hoy hago, sonreiría,
al ver un niño reír o a una mujer cantar,
un hombre jugar o unas manos consolar,
y seguro lloraría, como he llorado,
de tristeza, pero también de alegría.

T. Jul´07

¿Qué es?

Un diario de bitácora, una leyenda, un artículo de opinión, un ensayo humorístico, una novela de acción, un libro de poemas, un cuaderno de viajes o quizá tan solo los deseos realizados o no de un alma y un corazón.