jueves, 26 de noviembre de 2009

FUERTEVENTURA EN MOTO



Fuerteventura. Isla de tierras doradas y rojas, de mar azul y turquesa, de sol y desierto, de piedras y montañas sagradas, de molinos de viento, y leyendas, isla de soledad y destierros.
Con esta pequeña descripción, y teniendo en cuenta nuestra cercanía, decidimos salir a recorrer esta exótica isla.
Nos acompañaba un día espléndido, una suave brisa, un sol brillante pero no excesivamente acuciante y muchísimas ganas de hacer kilómetros en nuestras monturas motorizadas. Para la ocasión, “la niña GS 500” y “CB 600F Hornet”.
No fue difícil llevarla en el barco que nos pondría en la población de Corralero, al norte de la Isla en tan solo 25 minutos desde el sur de Lanzarote. Solo destacar, y para conocimiento de aquéllos que nunca hayan transportado su amada moto en barco, que no dejéis nunca de mirar, dirigir e incluso atar vosotros mismos la máquina. Esta es una operación habitual, pero que nunca los operarios de la bodega del barco harán bien y con el cuidado que debieran. Sin más preocupación pasaran una cuerda o cinta con la que deben sujetar la moto por cualquier sitio, sin tener en cuenta que la pintura se raya, el asiento se rompe o atar cosas a partes móviles no sujetará la moto como es debido. Así que, gracias a la experiencia, dirigimos la operación indicando donde y como deben asegurar la moto en la cubierta. Y repito jamás dejéis esa operación tan solo a cargo del currante, porque en su mayoría no tendrán motos y no les duele verla sufrir.

Las expectativas son buenas. En seguida llegamos a Fuerteventura. Nos equipamos, ya sabéis, siguiendo el orden establecido y con paciencia para no penalizar en tiempo por una equivocación: casco, chaqueta, guantes, etc etc etc etc….. joder que calor hace con la chaqueta. Ah, no pasa nada una vez en marcha se siente fresquito.
Decidimos pasar de la costa. El mar lo tenemos muy visto. Así que enfilamos la carretera del interior de la isla. La niña GS 500 delante, abriendo camino la más novata.
Pronto nos dejamos conducir por las características carreteras de la zona. Largas rectas, con escasas zonas de curvas, algunos cambios de rasantes, escasa circulación y extensas llanuras nos acompañaran durante todo el viaje. Sin olvidar las numerosas cabras que en mayores o menores rebaños te puedes ir cruzando a lo largo del camino. Cuidado con la moto no se os cruce alguna despistada a vuestro paso, cosa que ocurre a menudo.

Busco mentalmente una palabra o frase para definir lo que estoy viendo, para describir en pocas palabras Fuerteventura mientras sigo fielmente el recorrido que mi compañera de viajes va trazando. DESIERTO EN MEDIO DEL OCÉANO, es lo mejor que se me ocurre. Como colofón a este pensamiento, pasamos por el pequeño pueblo (en realidad casi todos son pequeños), de Villaverde. Sin duda y en contraposición a tal nombre, de verde hay poco, pero eso no le quita belleza. Siempre oía decir eso de que el desierto hipnotiza, que una vez que has estado, siempre vuelves, porque algo de ti queda siempre en él. Eso mismo pasa en Fuerteventura.
Hacemos nuestra primera parada en el pueblo de La Oliva, antigua capital de la isla. No hemos hecho muchos kilómetros, pero merece la pena una parada para ver su iglesia con una extensa plaza soleada y como no, la famosa en el lugar Casa de los Coroneles, una reconstruída casona donde se alojaba la cúpula militar de siglos atrás. Sin duda te transporta al pasado.
Rato después volvemos a la realidad. Nos aprovisionamos de agua y con muchas ganas seguimos rumbo sur, desviándonos un tanto hacia Puerto del Rosario para tomar ya la carretera principal puesto que ya se nos hacia tarde. Sin pena ni gloria, recorremos la FV-10 y la FV-2, esta vez, ya costeando hasta que llegamos a nuestro ansiado hotel. Bueno, más bien a nuestro hotel en Costa Calma, al sur de la isla ya en la Península de Jandia, donde nos espera nuestra ansiada comida, pues ya pasan las tres de la tarde y nuestros estómagos hace rato que se quejan.
Podría hablar de las magnificas playas que disfrutamos y las comilonas del “Todo Incluído” en el hotel, pero no viene al caso. JEJEJE
Al día siguiente, salimos por la tarde. Buscamos las carreteras secundarias. Y descubrimos rincones que nos dejaban maravillados. Pequeños villorrios, con nombres tan curiosos como Tesejerague, La Florida, Tefía, Tirba, en medio de llanuras rojizas y pedregales ocres, de los que sobresalían palmeras o molinos de viento para bombear agua que, con poco margen a la imaginación, nos transportaba a lugares lejanos. Si alguna vez vais a Fuerteventura, no dejéis de visitarlos. Pero sin prisas. Sin otras pretensiones que pararos a oír… el silencio, la tranquilidad y el viento. NO hay que pensar, no hay que opinar, solo dejar que ese mundo diferente se introduzca en uno.
Decidimos volver por la zona oeste de la isla, y así pillar algo de montañitas (digo montañitas porque la altitud máxima de la isla no es que sea muy máxima) y así disfrutar de algunas curvas. No obstante mi chica tenía que empezar a practicar ese tipo de carreteras. Estuvo muy bien. Y la vista era impresionante. Se podía ver toda la costa Oeste de la península de Jandía, las playas de Cofete (bastante vírgenes y solitarias) mientras bajábamos por la montaña dirección sur. Lástima no haber encontrado un lugar idóneo para parar y hacer unas fotos.
No tuvimos incidencias con las motos, y eso que andábamos probando la reciente adquisición de la GS500. Esa era su primera prueba de fuego. Si duda respondió muy bien a las exigencias.
Al día siguiente repetimos. Recorrimos otra vez algunos de los poblados por los que ya pasamos, pero es que algo dentro de nosotros nos empujaba a repetir camino. Es una pena que las fotos no hagan justicia a esos pequeños lugares. Hay que estar allí, para sentirlos, olerlos, vivirlos.
Tras recorrer rectas y más llanuras, llegamos a Tefía, donde puedes dejarte llevar nuevamente al pasado si recorres sus pocas calles, observas sus características casas y, por supuesto no dejes de visitar su museo etnográfico (cosa que nosotros dejamos para próxima ocasión)

Decidimos al poco, y ya con hambre seguir una carretera que nos llevaba a un lugar llamado barranco de los molinos (ni idea el porqué). Seguimos más llanuras desérticas, y jable, para casi al final de la carretera introducirnos , tras un par de curvas peligrosas, en el barranco en si, el cual, para nuestra sorpresa desembocaba en un pequeñísimo pueblo con unas pocas casas viejas de pescadores y una playa de dorada arena. “Joder, esto está fuera de cualquier ruta turística”. Allí vimos a un pequeño grupo de moteros con sus customs, comiendo en el único bar existente. “es que llegamos a todas partes eh!!!”.
Mi última reflexión. Fue genial recorrer la isla en moto, pero a cada poco, nos topábamos con caminos de tierra, que me dejaban con la extraña sensación de algo inacabado y fue entonces cuando eché de menos tener una moto tipo trail. Que ganas me quedaron de poder meterme por esos caminos e ir descubriendo rincones que , de seguro nos hemos perdido en este viaje.

Septiembre’08

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